La triste historia de una nación
Es particularmente doloroso observar cómo hay ciertos países o lugares ceñidos por la digámoslo así: mala suerte. Quizás esté siendo un poco melancólico con este tema, pero es indudable que la realidad histórica de ciertos países parece no cambiar con el paso del tiempo. Dicho de otra forma, parece haber países destinados a sufrir las inclemencias del tiempo, de la naturaleza y de la política, entre otros males. Parece ser que no es posible que no es posible cambiar el destino de ciertas naciones. Tal como algunas otras si lo han hecho y han logrado cambiar para siempre el rumbo de sus respectivas historias. Tal es el caso de países como Alemania, Japón, ejemplos claros de desarrollo y emancipación perpetua, otros ejemplos claros serian Australia, singapur, y países del orbe árabe. No obstante, en el otro lado de la balanza, países como Nigeria, Haití, Colombia, Venezuela y otros no logran salir del círculo de desgracias que ronda su existencia. Increíblemente, esto parece no ser lo peor, lo peor es que si han logrado trasformar sus realidades para algo mucho, pero mucho peor de lo que tenían. Tal es el caso, de por ejemplo Cuba y Venezuela. El primero, de no haber caído en la desgracia de la revolución que sumió el país en la más absoluta desesperanza y pobreza, hoy pudiera ser insignia de desarrollo y crecimiento como otros países del caribe; cabe señalar, que al ser la isla más grande de América hubiera tenido grandes posibilidades de convertirse en potencia turística y comercial como ruta de comercio internacional de fuerte apogeo, en cambio de eso se convirtió en una vergüenza y humillación mundial, once millones de personas sometidos bajo la bota militar, dirigidos por una familia de sociópatas criminales y megalómanos con ansias de poder mas grandes que cualquiera otro en tiempos modernos y que aún mantienen por más de medio siglo sometido al pueblo cubano bajo sus caprichos y deseos egoístas. Han matado como más ningún otro grupo de asesinos a su propio pueblo, siendo responsable de la muerte directa de millones de cubanos asesinados por la revolución y otros millones asesinados de manera indirecta en las aguas de aquel inmenso mar que le rodea y que ha servido de cárcel para el pueblo y fortaleza para los bandidos que le dominan.
Cuba es el recordatorio perenne de lo que un grupo de bandidos puede hacer con un pueblo si se les deja. La nación cubana tenia de todo para triunfar, talento, riqueza, astucia y relaciones comerciales con la potencia más poderosa de la tierra que la pudo haber convertido en centro de crecimiento y desarrollo y haber aprovechado el potencial económico y humano de la isla para llevarlo aun status de crecimiento y desarrollo como el de Puerto Rico, hacer simplemente la guarida de un numero importante de bandidos que tienen toda una nación secuestrada y que ahora sabemos ni aun la muerte de esos malditos seres traerá libertad a las naciones dominadas. Esto, porque este tipo de regímenes se cuidan muy bien en asegurar la continuidad de sus atrocidades y del dominio de las masas a fuerza de ejércitos mal formados pero bien armados, que no dudan en matar a su propia gente y defender los interese de sus amos, y de mantener la desinformación, la censura y los disidentes a raya, valiéndose de cualquier recurso que permita el único objetivo real de este tipo de gobiernos mantenerse en el poder a toda costa y por costa me refiero sin importar el número de muertos de conciudadanos que haga falta matar solo para mantener en el poder a sus lacayos.
El caso de Venezuela es un caso más complejo y difícil de estudiar, históricamente lo venía haciendo todo bien, había logrado grandes progresos, mismos que se dieron casi de modo natural y sin grandes traumas desde la época colonial, el país conocía poco de golpes de estado y de magnicidios, y se sostenía a base de una sólida riqueza natural con el que el cielo y el suelo premiaron la patria venezolana. No obstante, haber atravesado por periodos oscuros como el guzmancismo y el gomecismo, el país parecía posicionarse como un bastión de crecimiento y desarrollo a nivel mundial. Luego, vendría una época dorada con el Pérez-geminizmo, momento en el que se decidió la suerte del país. En este punto, yo no sabría decir si fue el destino, la providencia, la mala suerte, pero fue esa generación la que tuvo el momento histórico más importante en la historia republicana de la nación; tuvo la oportunidad de haber fraccionado el país para su desarrollo de una manera prodiga. Fue en ese momento en el que se decidió el destino de Venezuela quizás por los próximos cien o doscientos años, en el que se definió si el país se convertiría en una potencia mundial al mejor estilo de los países nórdicos y la elite europea, o si por el contrario sería solo un país más miserable de Latinoamérica, pudo ser el norte de sur América a ser simplemente un país con un destino igual al de sus vecinos.
Cayo Pérez Jiménez y el país se tambaleo, aquella idea buena de la democracia se consolidó, pero también con ello vino el odio hacia lo bueno, el odio hacia lo positivo, se despreció el desarrollo y el crecimiento del país porque aquello recordaba al odiado dictador de ultraderecha. Aquel hombre que soñó y cimento una Venezuela cuyos rasgos y logros más significativos, a pesar de haber querido por décadas ser derrumbado por las eras posteriores, aun hoy en día se mantienen. Se cambio el desarrollo por la mediocridad, se cambió el destino exitoso de la nación por uno tambaleante, el país paso de ser rico a ser pobre, paso de ser una nación potencia a ser una nación con un gran potencial (cosa que no es lo mismo). Se destruyó el sueño de ver una Venezuela a la par de las potencias occidentales, y todo lo que tenía que ver con aristocracia, se cambió por burocracia, lo que tenía que ver con desarrollo se cambió por mediocridad, lo que tenía que ver con eliminar los males morales de la nación, la mal llamada “viveza criolla” que no es otra cosa que la expresión máxima de la ignorancia y la estupidez exhibida por el ciudadano, no solo no fue extirpada sino que fue cimentada como base fundamental del venezolano, aceptándose de manera implícita casi tacita al estereotipo del ciudadano común.
A partir de lo anterior, es muy poco lo rescatable, la dirigencia política naciente, en su afán de eliminar todo vestigio del dictactor, elimino todo lo que podía haber sido el salto al futuro del desarrollo de la nación, le quito las extremidades a un país que necesitaba urgentemente levantarse haciendo galas de las riquezas por la providencia regaladas. En cambio, se alimentó el “tiramealguismo” el “ponme donde allá” y se formó en la conciencia colectiva el pensamiento del estado obligado a todo dárselo al país; y al ciudadano no tener que aportar nada para lograr que ambos, Estado y pueblo caminaran en una misma dirección. Tal parece, que se olvidó que ambos son organismos vivientes y que el Estado está conformado por un aparato de fuerza que obliga al ciudadano a cumplir con ciertas obligaciones y que el ciudadano no solo tiene deberes sino también derechos que le protegen frente a ese Estado y que uno de esos derechos es participar de las funciones del Estado. Pues bien, se dejó el servicio del Estado a unos pocos que en tan solo 40 años pudrieron las cuatro esquinas del país acabando con el sueño republicano y con las iniciativas gloriosas de la Venezuela de inicios y mediados de siglo. Esto, ante la mirada atónita del mundo que no daba crédito a la historia de como con tanto, se hizo tampoco.
Todo lo pasado, solo sirvió para que un bandido e innombrable ser, viendo la ignorancia y estupidez que caracterizaba al pueblo y aprovechándose de los grosos errores cometidos por los desmanes de la clase dirigente, tuvo su oportunidad de oro para hacerse del poder, dando primero golpes de estado que retumbaron en el país y desarrollando en el mismo un cuerpo de seguidores que convencidos de estar en lo correcto le apoyaron usando para ello la misma libertad que la democracia mal lograda de cuarenta años le permitió y que aun a sabiendas de que la llegado al poder de tan nefasto personaje suponía la muerte política de toda una república aceptaron sin mayores dilaciones entregar el poder a ese delincuente que en tan solo una década logro corroer desde el fondo las instituciones del país. Y con ello, destruir todo vicio de democracia que pudiera quedar. Aun así, por la fortuna del momento y una gruesa cartera manejada a su antojo (subida de los precios del petróleo) el perverso y diabólico ser logró mantener a la población sumisa y tranquila.
Poco a poco el caudillo maldito fue eliminando sus adversarios políticos, con muerte política, cárcel o muerte física, logrando quedarse con adversarios indoctos y poco capacitados para hacer frente a las malicias y perversiones del nuevo régimen. La población comía bien, las cosas parecían funcionar, pero el tiempo y la afortunada mala suerte de que dicho personaje se fuera de este mundo, permitió ver que aquello era solo una ilusión, un espejismo que solo reflejaba algo que los más pulidos y versados políticos nacionales e internacionales habían repetido hasta el cansancio: el país se acercaba rápida y progresivamente a una espiral de desgracias políticas que terminaría en una dictadura militar atroz, asesina y desvergonzada. Dictadura que acabaría con la quinta maldita república y que se encargaría de pudrirla aún más rápido que la cuarta todos los cimientos de la nación; la suerte estaba echada, mientras la cuarta se acabó en 40 años la quinta república se pudrió en 15. Ya en quince años todo apuntaba que los males de la cuarta república no solo se habían mantenido, sino que se habían multiplicado y perfeccionado dando paso a nuevos desastres y nuevas cadenas de sufrimiento al país.
Y es que la cadena de sufrimiento del pueblo no solo no termino, como lo habría prometido la revolución maldita, sino que la había cimentado y aumentado exponencialmente, en una suerte de base de procedimientos en que si la cuarta lo había hecho la quinta tenia todo el derecho de hacerlo. De esta forma, de manera ilógica se contradecía el discurso a la práctica. Una revolución que llegó prometiendo cambios, inicio sus procedimientos con políticas que perpetuaron los males del ayer y los convirtieron en casi el proceder obligado del ciudadano. Ya no solo los corruptos y nuevos oligarcas robaban, el pueblo trabajador se vio obligado a recurrir a las bajezas del mercado negro, del acaparamiento y de la delincuencia fomentada por el Estado para poder sobrevivir. Ya la corrupción dejo de ser cosa de las elites del gobierno, ahora el pueblo común practicaba la corrupción, el engaño, la manipulación y el aprovechamiento del prójimo en su vida cotidiana.
Mafias de delincuentes que operaban en las sombras de la cuarta república, ahora operaban a sus anchas en la quinta, y el precio de su exoneración fue solo apoyar al régimen, quien encontró en estos bandidos el tipo de individuo sin escrúpulos que sin pensarlo mataría y daría rienda suelta a sus bajos instintos ahora permitido y fomentado por el mismo Estado, como una forma de sembrar terror en la población. Nunca como antes el Estado venezolano, las fuerzas armadas venezolanas, la policía y la guardia se habían mezclado tanto con la delincuencia organizada, de tal modo que se hace imposible determinar quien es uno y quien es el otro. Bajo estas circunstancias sumadas a factores económicos, sociales y éticos enfocados en sobrevivir a cualquier costo. La Venezuela de la quinta república lejos de parecer mejor a la cuarta, sea visto sumida en las más tristes historias de Latinoamérica equiparando su historia a las hambrunas, criminalidad y atrocidad que son el diario vivir de naciones sumidas en la más escandalosa pobreza como las del continente africano, donde países enteros son gobernados por bandidos y donde el poder ha sido tomado por bandas criminales que nada les cuesta, mutilar, violar y asesinar a niños, mujeres y hombres en una especie de infierno en la tierra, para los cuales no hay voz ni derechos y a los que la comunidad internacional solo se limita a debes en cuando enviar comida y uno que otro beneficio para los zombis africanos.
La realidad venezolana no dista mucho de la realidad de Kenia y Zimbabwe, donde la vida vale muy poco, donde te excluyen de los beneficios del gobierno sino los apoyan, donde se enseña que el gobierno al pagar una escuela tiene el derecho a disponer de la enseñanza que se la da a los niños. Es decir, es el Estado y no el ciudadano a través de los impuestos los que supuesta mente pagan la educación y los servicios, por lo tanto es el Estado el que decide qué y cómo dar los beneficios, que ya no son derechos del ciudadano, por lo tanto, los servicios públicos en ningún sitio sirven, donde quedarse sin luz, sin agua, sin gas son cuestiones que se viven a diario y reclamar es sinónimo de disidencia porque el Estado no es el culpable de nada, sino que los responsables son la oligarquía (fuera del país) presidentes extranjeros y crisis mundiales producto del capitalismo. Ante estas circunstancias, no hay Estado de derecho y la justicia la condicionan a pertenecer y apoyar al partido de gobierno. Todo esto es la realidad de Venezuela. País donde se ha aplicado la cartilla cubana a precisión milimétrica y donde mantener a la gente ocupada buscando comida es política de Estado para evitar que se piensa en medidas para soltar las cadenas.
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